El aceite de oliva no es solo un ingrediente en la cocina andaluza; es parte de su alma, su cultura y su legado. En Andalucía, la historia del aceite de oliva se remonta a miles de años atrás, convirtiendo esta región en el corazón del AOVE a nivel mundial. Este “oro líquido” ha marcado la identidad de esta tierra desde la antigüedad hasta nuestros días.
El cultivo del olivo tiene raíces profundas en las antiguas civilizaciones mediterráneas. Se cree que fueron los fenicios quienes introdujeron el olivo en la Península Ibérica alrededor del siglo XI a.C., aunque su desarrollo se intensificó con la llegada de los romanos, quienes convirtieron el sur de Hispania en uno de los principales productores de aceite del Imperio. Bajo el dominio romano, Hispania Baetica —nombre de parte de la actual Andalucía— exportaba grandes cantidades de aceite a Roma a través del río Guadalquivir. Prueba de ello son los restos arqueológicos de ánforas halladas en el Monte Testaccio de Roma, muchas con inscripciones que confirman su origen andaluz.
Durante la dominación árabe, entre los siglos VIII y XV, el olivo siguió siendo esencial en la economía andalusí. Los árabes mejoraron las técnicas de cultivo y extracción del aceite, introdujeron nuevas variedades y consolidaron su uso tanto en la cocina como en la medicina, la cosmética y los rituales religiosos. Incluso la palabra “aceite” proviene del árabe “az-zayt”, que significa literalmente “el jugo de la aceituna”, una muestra más de cómo esta influencia cultural ha perdurado en la región.
Tras la Reconquista cristiana, el cultivo del olivo se mantuvo como uno de los pilares del mundo rural andaluz. A lo largo de los siglos, familias enteras dedicaron su vida al cuidado del olivar, transmitiendo generación tras generación el arte de obtener un aceite puro, intenso y lleno de matices. Hoy en día, Andalucía representa aproximadamente el 80% de la producción de aceite de oliva en España y es reconocida como la mayor región productora del mundo. Provincias como Jaén, Córdoba, Granada y Sevilla albergan millones de olivos que conforman un paisaje tan bello como emblemático.
La calidad del aceite andaluz ha sido reconocida a través de numerosas Denominaciones de Origen Protegidas (D.O.P.), como la de Baena, Priego de Córdoba o Sierra de Segura. Estos sellos garantizan el origen, el método de producción y las propiedades únicas del aceite que nace de estas tierras. El aceite andaluz, especialmente el de variedad Picual, destaca por su intensidad, su alto contenido en antioxidantes naturales y su enorme versatilidad gastronómica. Es un producto que conjuga historia, territorio y excelencia.
Hoy, el aceite de oliva andaluz no solo representa una de las grandes joyas agroalimentarias de España, sino también un símbolo de su identidad cultural, su relación con la tierra y su forma de vivir. Cada botella de AOVE andaluz es el resultado de siglos de historia, tradición familiar, innovación técnica y amor por el detalle. Es mucho más que un alimento: es patrimonio líquido.
